Sumito
Estévez 27 de agosto de 2017
@sumitoestevez
Con la
venia no pedida del gran cocinero (él prefiere autodenominarse cocinero, aunque
es un gran Chef y aunque no lo conozco, mejor persona) venezolano Sumito Estévez
copio la conferencia que dio en Italia en el evento "XXXVIII Meeting for
friendship amongst peoples" que organiza la fraternidad católica de
Comunión y Liberación, específicamente en el foro "THE EXAMPLE OF A
CIVILIZED SOCIETY: TESTIMONIES FROM VENEZUELA".
“Amigos,
Me piden
que hable de testimonios de civilización en un país que todos perciben al borde
del abismo, pero vengo a contarles una historia sencilla. Una historia poco
intelectual. Una historia de conversión. La historia de alguien que no fue
criado con rituales, que no los heredó; pero que heredó una experiencia humana
que lo invitó a vivir humanamente. La historia de un hombre que llegó a la
adultez sin muchos prejuicios y rituales impuestos. Y así, en Cristo, descubrió
la respuesta.
Mi
historia.
A
mediados del 2009 mi esposa y yo, luego de una larga y fructífera vida
profesional en Caracas, capital de Venezuela, decidimos mudarnos a la isla de
Margarita. Lo hicimos por amor al mar y por la certeza de que éste, que no era
el primer matrimonio para ambos, nos iba a agarrar viejitos; y es más bonito
ser viejito frente al mar. No huíamos de nada.
Cuando
llegamos a la isla yo era muy famoso en Venezuela. Para ese momento tenía 6
años saliendo todos los días en televisión con mi programa de cocina, tenía un
programa de radio nacional y escribía una columna en el principal diario del
país.
La isla
era la posibilidad de hacer las cosas en solitario, sin tanta fama alrededor.
Mi esposa y yo somos tímidos y podemos pasar semanas solos en casa. Hablamos
mucho entre nosotros, jugamos scrabble, vemos películas, vamos solos a la
playa. No somos antisociales, sino retraídos y nos va bien como compañía.
¡La isla
resultó una bendición en ese sentido! Casi no conocíamos gente y, por no ser
capital, la vida social es menor. Habíamos llegado a un lugar perfecto para una
pareja solitaria con poco entrenamiento gregario.
Somos
emprendedores Sylvia y yo, así que en diciembre de 2010 culminamos la
construcción de nuestra escuela de cocina en un terreno precioso que compramos
en la montaña de la isla. Estábamos a un mes de inaugurar cuando una terrible
inundación hizo que quedara bajo barro tanto esfuerzo.
Ese
amanecer de barro nos agarró a Sylvia y a mi sentados solitos en la puerta de
la escuela. Silenciosos. Impotentes.
Y de
repente comenzaron a llegar vecinos. Vecinos que no conocía. Y comenzaron a
ayudar a sacar barro. Eran no menos de 20. Mi esposa salió a buscar comida para
ellos y yo no entendía nada ¿Por qué ayudarnos si no éramos amigos y tampoco es
que habíamos perdido la casa y estábamos damnificados? Atardeció y luego de
sacar baldes y baldes de barro, se marcharon. Les dije que esperaran porque mi
esposa venía con comida (ella tardó horas porque la isla estaba muy afectada) y
me dijeron que aún tenían que ayudar a otros. Y se fueron. Así como vinieron,
se fueron.
Ese día
mi escuela no quedó como nueva (pasaría un año antes de poder inaugurarla),
pero ese día cambié. Cambié para siempre.
Ese día,
quizás no con la consciencia que hoy tengo, me di cuenta que era mentira que
quería ser un solitario.
Estaba
lejos de imaginar que un 22 de octubre, años después, habría de ser bautizado
en la fe católica ¡Y todo comenzó el día que desconocidos me ayudaron a recoger
barro!
Muchos
nombres acumulo desde entonces. Mucho entrenamiento. Mucho encuentro. El tiempo
que tengo para hablar en este foro es corto, permítanme resumirlo entonces con
cuatro nombres. Porque lo importante es que desde ese día en que nací del barro
más nunca fui sordo al encuentro con el otro.
Ya
abierta la escuela, y ya absolutamente involucrados con nuestra comunidad, mi
esposa y yo organizamos una feria gastronómica de calle. Por cierto inspirados
en una que habíamos visto aquí en Italia. Quien era nuestro jardinero me fue a
buscar al aeropuerto con mi auto y allí me dijo que había estado cocinando y
experimentando en mi ausencia. Él concursó y me sorprendió no por su sazón sino
por su manejo técnico. Alberto, que es como se llama, comenzó a formarse y
trabajar más en cocina. Un día mi esposa y yo le dijimos que lo despedíamos
porque estaba listo para emprender y la rutina del trabajo con nosotros era un
freno. Lo peor que podía pasarle era tener que volver al trabajo con nosotros.
Hoy Alberto ha ganado un montón de premios, es famoso, aquella primera feria es
hoy parte de un movimiento de festivales de calle en la isla, y nosotros desde
una fundación que hicimos llamada Fogones y Bandera tenemos un Diplomado de
Emprendimiento Gastronómico de alcance nacional para formar familias en sus
casas y generar microempleo. Esa Fundación nació porque fui al encuentro de un
jardinero y quise oírlo de verdad y no por cortesía.
La otra
historia es la de Oscar. Él vivía en un pueblo montañoso a 1000 kilómetros de
la isla y escribió una carta hermosa explicando que no tenía dinero para
estudiar. Recibo decenas de cartas preguntando si doy becas. Pero él no me
pedía la beca. Solo explicaba el amor que tenía por la cocina y me deseaba
bendiciones. Mi esposa lo llamó y le dijo que se viniera. Le dimos trabajo en
mi restaurante y lo becamos. Hoy Oscar es un pastelero importante en Ciudad de
México. Oscar fue nuestro primer becado, pero hoy tenemos el Sistema Nacional
de Becas Rubén Santiago desde la Fundación y hemos logrado que cerca de 100
muchachos sean becados por padrinos en el exterior y estén estudiando en varios
lugares del país. Oscar hoy apadrina a otros y jamás hubiésemos hecho el
esfuerzo de estructurar un sistema de becas de no haber buscado un encuentro
con él.
Para ese
momento ya intuía que pertenecer a una comunidad y buscar el encuentro es un
recorrido que otros han hecho. Que sumar se hace desde el ejemplo. Era eso: una
intuición.
Llega la
tercera historia. La de los Palmeros. Los Palmeros suben cada jueves previo a
Domingo de Ramos a la alta montaña a recoger palma. Bajan el viernes en
peregrinación y el domingo se hace la bendición de esa palma, dando inicio a la
Semana Santa que en mi pueblo es muy importante. Un día los veía bajar y me
reconocieron por famoso, no por vecino. Me invitaron a ver como una semana
después, el Viernes Santo, hacen una sopa que se llama frijolada para alimentar
a quienes cargan el Santo Sepulcro. No fui. Olvidé el encuentro. Dos años
después volvía a estar en la calle viéndolos bajar. Uno de ellos me dijo que me
habían estado esperando. Sentí vergüenza. Fui a todas las procesiones que hace
la comunidad esa semana. Estuve con mi comunidad. Y una semana después fui en
la madrugada a ayudar a hacer la sopa y descubrí que no sólo la hacen para los
cargadores del Sepulcro sino para cualquiera de la comunidad que pase por su
casa el Viernes Santo. La historia es larga, pero hoy soy palmero y este año me
invitaron a cargar el Santo Sepulcro. Ser nombrado palmero es un honor
inmensurable. Dormir en la montaña en hamaca con mis compañeros es una
experiencia de comunión indescriptible. Todo empezó porque me atreví a pelar
ajo con ellos para una sopa.
Esta
historia va terminando, pero déjenme hablarles del Padre Irineo. Meche, mi
suegra, murió en casa. Sus meses finales fueron muy dolorosos y yo veía
permanentemente en su cara la sonrisa forzada de quien sufre y no quiere
angustiar a su familia. Una tarde llegué a casa y Sylvia me pidió que buscara a
un cura. Yo no era católico así que no sabía dónde se busca a un cura. Fui a
una iglesia cercana pero obvio, los curas no viven en las iglesias. Llamé a una
amiga (que luego pasaría a ser mi madrina de bautismo) pidiendo ayuda y ya
anocheciendo entró a mi casa el Padre Irineo. Fui testigo de una unción. No
tenía idea de lo que es un sacramento y mucho menos que eran siete. Ese día vi
al padre Irineo llorar y tomarle la mano a Meche y darle las gracias a ella por
haberle permitido vivir a él ese momento. Ese día vi como entró en paz la
sonrisa de Meche. Meche murió 5 horas después. En ningún momento cambió su cara
de paz en esas horas.
Para ese
momento no lo sabía, pero todas las personas que me habían impresionado,
marcado, enseñado, en los últimos años, incluyendo mi esposa Sylvia, lo habían
hecho convenciéndome desde su ejemplo. No habían sido ni libros, ni ritos, ni
respeto a autoridades (eso habría de venir luego como consecuencia y no como
fin), sino el permitirme ser testigo de una manera de vivir la vida. Una manera
cristiana.
Pasó un
año más. Ya intuía que el camino para aplacar mis fantasmas estaba en Cristo y
en su ejemplo. Estaba un día en una procesión y pasó la Virgen del Valle. Mejor
dicho, para los de la isla es nuestra Virgencita del Valle. Cuando pasó comencé
a llorar. Sin razón. Al día siguiente fui a buscar a aquel padre Irineo de la
unción y le pedí que me convirtiera. Estudié un año y el 22 de octubre de 2015,
el día que cumplí 50 años de edad, me bautizó en la Iglesia del Cristo del buen
viaje de Pampatar. Cuando Irineo lloró frente a mi suegra pudo haberme parecido
hasta ridículo. Pero ese día me puse en sus zapatos y fui a su encuentro.
Yo no me
convertí a los 50 años ni por miedo a la vejez, ni por enfermedad, ni por
tristeza, ni por vicioso redimido. Me convertí porque tenía años viendo gente
cristiana ser cristiana.
Recientemente
en mi país un soldado mató salvajemente a quemarropa a un estudiante en una
manifestación. Toda Venezuela fue testigo y podría decirse que fue un punto de
inflexión en medio de meses de represión y muertes. Al día siguiente la madre
del muchacho fue entrevistada en la morgue y dijo que pedía justicia pero
perdonaba al asesino. Automáticamente comenzó a ser despedazada en las redes
sociales porque solo una madre degenerada es capaz de perdonar al asesino de su
hijo. Quienes escribían en una especie de asesinato virtual colectivo eran en
su inmensa mayoría jóvenes. Jóvenes que no creen que el perdón con justicia es
posible aunque lo haya dicho el mismo Juan Pablo II. Jóvenes que saben que el
perdón cristiano está escrito en algún lado, pero no creen en él. Jóvenes que
van a misa. Que tienen ritos. Jóvenes que han dejado de ver un ejemplo pero que
en misa se agarran de las manos y repiten mecánicamente perdona nuestras
ofensas, como también nosotros perdonamos. Jóvenes a quienes hay que comenzar a
llamar y mostrarles que es partiendo del encuentro con la persona que se genera
una cultura para sumar voluntades a través de un recorrido. Un recorrido de
vida cristiana.
Es cierto
que ahora leo a Don Giussani y a Carrón. Que me formo. Lo hago desde el
intelecto porque en sus palabras y en el accionar cotidiano de amigos de
Comunión y Liberación he comenzado a encontrar como darle forma a una intuición
gestada a fuerza de calle y sobresaltos. Pero sobre todo porque necesito un
método. Estoy metido de lleno en eso que ahora llaman Emprendimiento Social y
podría mostrarles bastantes ejemplos y testimonios concretos de como una
Venezuela civil logra espacios civilizados, o podría hablarles de cómo hemos
hecho el trabajo desde nuestra fundación Fogones y Bandera. De hecho mis dos
compañeros de foro, Ana Cristina Vargas y Alejandro Marius, son un ejemplo
brillante de porque en medio del caos mi país se erige como un ejemplo; pero
hoy quiero contarles otra cosa. Quiero decirles que hoy tengo una certeza y no
es otra que una vida cristiana como la que nos enseñó Cristo, sencilla, con
parábolas en donde entendernos todos y sobre todo con coherencia entre la
palabra y la acción, es el camino que me ha servido. Seguramente seguiré
formándome, construyendo redes, entrenándome para el emprendimiento social,
contribuyendo a la reconstrucción de un país fraccionado, dudando, teniendo
miedo, huyendo, regresando… pero amigos, desde que soy cristiano me ha
resultado más fácil.
Muchas
Gracias,
@sumitoestevez
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