Javier
Alexander Borda Díaz 31 de agosto de 2017 (tomado del diario colombiano El
Tiempo)
@javieraborda
<< Mi
comandante, la selección Colombia acaba de llegar al estadio >> informó
el coronel de la Guardia Bolivariana a Nicolás Maduro.
<< ¡Compatriotas,
ejecuten ya! >> respondió el dictador-presidente e inmediatamente se
levantó de su puesto, empuñó su mano derecha, miró a los ojos a sus militares
subalternos y exclamó: << ¡este partido no lo podemos perder!>>
La última
ocurrencia del Mandatario era inaudita. Quería secuestrar al mejor y más famoso
jugador colombiano, James Rodríguez, y obligarlo a hablar bien de su Gobierno y
la revolución socialista. Maduro pensó retenerlo unos días para arreciar contra
el “capitalismo pitiyanqui” del que tanto se quejaba. “¡El mundo me va a
escuchar pronto!”, prometía a cada rato en sus cotidianas alocuciones.
El equipo
colombiano llegó a Venezuela sin problemas. La crisis era evidente, con gente
atrincherada en las calles, hogueras y motociclistas armados, pero el bus que
transportaba a los jugadores no tuvo reparo en alcanzar el estadio Pueblo Nuevo
de San Cristóbal. Poco antes de bajar, Dávinson Sánchez, defensor recio, alto y
negro, miró con atención la plaza de Toros Monumental y profetizó: “¡Hoy vamo’
a regar sangre en la cancha! ¡Vamo’ al Mundial porque vamo!’”. Y todos lo
acompañaron con un ensordecedor ¡Viva, Colombia!
La Selección
tricolor se jugaba ante un equipo eliminado su paso al Mundial de Rusia. Pero
el juego como tal no lo era; era más conveniente hablar de un enfrentamiento
con un tinte político de altas dimensiones. El presidente colombiano, Juan
Manuel Santos, había utilizado durante meses a Maduro con tal de acabar a la
guerrilla de las Farc en un proceso de paz y después de callar mil injusticias
contra el pueblo venezolano tuvo la osadía de criticar, ahí sí, al Gobierno del
vecino país. En su típico estilo, Maduro le contestó con rabia en la boca:
“Santos, eres una sanguijuela”, “lacayo”, “esclavo del imperialismo”. “¡En la
cancha también te vamos a ganar, traidorrrr!”.
Inicialmente,
James no iba a estar en Venezuela por culpa de una lesión menor, pero el
técnico Pékerman se arriesgó como pocas veces y le ordenó públicamente
acompañar al equipo en todo momento. “No me importa lo que diga el Bayern,
James quizás no juegue, pero va a estar con nosotros, así sea en las tribunas”,
sentenció el DT en rueda de prensa.
Cuando empezó el
partido, cerca de 500 militares chavistas habían acordonado el estadio (Aquí están los planos utilizados). Varios estaban también al interior informando lo
que estaba sucediendo. Dos en especial tenían la misión de seguir todos los
pasos de James. Aunque al comienzo todos pensaban que el crack iba a estar en
las gradas, el técnico lo mandó al banco de suplentes. La idea inicial era
retenerlo en la tribuna y sacarlo en segundos del estadio para llevárselo a
Maduro a la casa presidencial, donde él observaba el juego.
Colombia fue un
desastre al inicio del cotejo. Unos niños de 20 años que habían quedado
subcampeones del Mundial Juvenil tocaron el balón sin misericordia y velocidad.
El 1-0 para los locales a los 28 minutos fue más que justo. Un misil de media
distancia de Tomás Rincón fue inevitable para el portero David Ospina. Maduro
celebró diciendo: “¡Y ahora vamos por ti, James!”. Poco después, lo llamaron:
<< Mi
comandante, esperamos nuevas órdenes. ¿Vamos por James antes de que termine el
primer tiempo o en el segundo? Si me permite, en el descanso no es conveniente,
todos estarán con él >> comentó por radioteléfono uno de los militares
que observaba a James con sigilo, desde la pista atlética.
<< ¡Parece
que la patria de Bolívar no te parió! ¡La revolución no sucumbe ante la
adverrrrsidad! >> Ripostó Maduro. << Apenas vayan saliendo los
jugadores a la cancha para el segundo tiempo, se lo llevan del banco. ¡Le dicen
que es por su seguridad, chamo! Si alguno más pregunta, afirman lo mismo y
advierten que no hagan escándalo por el bien de los miles de aficionados que
están en el estadio >> complementó, y cortó la transmisión de golpe.
Colombia se
había salvado del 2-0 y del 3-0 gracias a su portero. Cuando Wilton Pereira
Sampaio pitó el final de la primera etapa, Pékerman estaba desesperado y sus
jugadores, agobiados. James se había comido todas las uñas de sus manos. Y Pékerman,
como pocas veces se le había visto, se mostró desencajado, con la corbata
suelta y la camisa por fuera, y no quiso que sus jugadores ingresaran a la
parte baja del estadio para la charla técnica.
<< No
puedo creer lo que está pasando >> comentó el DT, con su voz seca y
experimentada. << ¿Así representan a un país, a sus familias? >> cuestionó.
<< Nos quedamos aquí en la cancha, no vamos al camerino; sientan esto, es
la vida, es el Mundial lo que está en juego; miren las tribunas, muchachos, hay
miles de colombianos… David, gracias por tu compromiso en el arco >>
continuó Pékerman. << Haremos unos cambios por el bien de este equipo.
Dávinson, tu nariz sigue sangrando luego del cabezazo con Rondón en el tiro de
esquina. Vamos entonces con tres en defensa y entra Giovanni (Moreno) para
acompañar a Edwin (Cardona). Abel (Aguilar), me equivoqué, estás mal en
tu club y hoy también. Barrios estará en tu lugar. Y sales Yimmi (Chará),
tendrás revancha el martes en Barranquilla, contra Brasil. James, confiamos en
ti, calienta que vas a jugar…>>
Los jugadores,
estupefactos y sentados en círculo a un costado de la cancha, se miraron entre
sí sin entender muy bien lo que pasaba. James se señaló con su dedo índice
hacia el pecho. “¿Yo… yo?”, preguntó. Y sin más se quitó la chaqueta y la
sudadera, le pidió al utilero sus guayos y calentó. La tribuna se emocionó.
“Oeeee oeeeeee ¡Jameeees!, ¡Jameeeees!”.
Maduro,
arrellanado en su silla presidencial, lamentaba lo que veía en el televisor.
Todas las cámaras enfocaban a la estrella calentando. Luego, la izquierda no
socialista de James empezó a repartir balones a placer. ¡Fue un crack! Dejó
mano a mano a Falcao a los 60 minutos, pero el delantero botó el gol. Ya era
otro el juego. James pedía la pelota, la repartía, buscaba pases gol, remataba
de media distancia, en fin… ¡Colombia buscaba la victoria! Maduro, energúmeno
ya, no tuvo más remedio que ordenar a sus hombres especiales de la Guardia
Bolivariana esperar hasta el final del partido ahí mismo en la pista atlética y
a los que estaban rodeando el estadio les ordenó la retirada. “¡Este partido no
lo podemos perder!”, “¡el mundo me va a escuchar!”, gritó, y rompió un vaso
contra la pared.
Al minuto 85 del
choque, Colombia también rompió el arco venezolano. Giovanni Moreno, tras un
pase genial de James, pateó fuera del área y fulminó cualquier resistencia con
una pelota que viajó, por poquito, a 80 kilómetros por hora. La red no soportó
semejante balonazo y se descosió. Fue un gol sublime que, tristemente, no fue
celebrado como se merecía porque el empate no era suficiente. Falcao pidió
rápido a los recogebolas otro balón, lo llevó al centro del campo y apuró a los
venezolanos a reanudar el juego. Todos los colombianos intentaron otro gol, con
desorden, pero con amor. El campo de la “vinotinto” fue invadido por la
escuadra tricolor. Un riflazo de Cardona, un cabezazo de Murillo, un penalti
que no fue, centros y más centros… ¡Dios! ¡Fue espeluznante el ataque! Pero el
1-1 no cambió. “¡Jue, jue, jueputa!”, se lamentó James al oír el silbato final.
Sin que Pékerman
lo pidiera, los jugadores se quedaron en el campo, no se fueron al camerino. Se
quitaron la camiseta amarilla y algunos, como Santiago Arias, la intercambiaron
con jugadores venezolanos. Debajo, todos tenían un esqueleto blanco con
una impronta en el pecho. Titulares y suplentes de los dos equipos y ambos
cuerpos técnicos se formaron rápidamente en fila en el medio campo. Juntaron
sus brazos, los alzaron y todo el mundo vio entonces un par de frases escuetas,
pero reconfortantes: “¡Fuerza, Venezuela!” “¡Fuera, Maduro!”. La ovación en el
estadio y tras los televisores fue absoluta. Colombianos y venezolanos se
abrazaron y aplaudieron a rabiar.
Maduro apagó con
rabia el televisor, caviló y tras unos segundos espetó: ¡Esclavos del
imperialismo! ¡Millones y millonas que no saben nada del fútbol, si acaso
Maradona!
Pronto, llamó a
los dos militares que aún permanecían en la pista atlética y les dijo que
esperaran allí hasta que no hubiera una sola persona en el estadio. Luego
marcó, desde otro teléfono móvil, uno más sofisticado y secreto, a un personaje
sin nombre al que le ordenó liquidar a los dos agentes. Los cuerpos fueron
encontrados esa misma medianoche en la Plaza de Toros con sendos disparos en
sus cabezas. Maduro no quiso dejar ningún rastro de sus intenciones. Al otro
día, salió como si nada a visitar un barrio pobre de Caracas y allí un joven
chavista le dijo: “Comandante, ese partido no se podía perder y no lo
perdimos”. Maduro botó una estruendosa carcajada. Como premio a su
comentario, le regaló al joven un mercado y siguió saludando a la muchedumbre.
“¡Este mundo me tiene que escuchar!”, susurró.
Javier
Alexander Borda
@javieraborda
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