Rafael Luciani 29 de agosto de 2017
Luego
del año 70 d.C., tras la destrucción de Jerusalén, quedó la pregunta por esa
paz que no llegaba y había sido anunciada por Jesús, ya que siempre se veía
tentada por movimientos violentos. Era algo parecido a lo que ocurre en
nuestros días. En ese contexto, las comunidades judeocristianas, inspiradas en
la espiritualidad de los anawin, recuerdan a Jesús y renuevan su fe en él como
el único Mesías no violento ni revolucionario político, dándose a la tarea de
redactar los relatos de la Natividad para recordarnos que cuando nos consume la
desesperanza, Jesús no ofrece la paz del «pan y circo», sino una que nos hace
sujetos y fraterniza, pero sólo si cada uno lo quiere y asume sin temor (2 Tim
1,7).
Una realidad conflictiva
Jesús
nace entre el año 6 y 4 a.C., entre los meses de marzo y abril, justo antes de
la muerte de Herodes El Grande. El emperador era Augusto, sucedido luego por
Tiberio. El prefecto en el año 15 d.C. era Valerio Grato, quien nombra a Caifás
como sumo sacerdote en el año 18 d.C. Caifás hará una alianza con Pilato, el
nuevo prefecto a partir del año 26 d.C. Juntos llevarán adelante el proceso que
dará muerte a Jesús.
Luego
de la muerte de Herodes, en el 4 a.C., la región entró en un proceso de
inestabilidad sociopolítica y empobrecimiento económico, agravado por una
crisis de identidad religiosa. Se cuestionaba la presencia romana que deificaba
al César oprimiendo a los que se le oponían. El mismo Juan el Bautista
describirá la situación de corrupción, extorsión y falsa religiosidad (Lc
3,10-15).
¿Era
posible la «paz» en un contexto así? Para la cultura mediterránea, la paz era
lo que César Augusto había logrado: él había unificado al Imperio trayendo «la
paz al mundo», pero lográndola por medio de la violencia, la dominación de los
pueblos, el saqueo de los bienes y la esclavitud. Era una paz que favorecía la
abundancia de pocos y la escasez de bienes para muchos, haciendo uso de la
moneda romana para generar mecanismos cambiarios que producían inmensos beneficios
económicos, tanto al Imperio romano como a los líderes de los pueblos
dominados. Todo esto bajo una estricta censura política respecto de cualquier
disidencia.
En
este contexto, las comunidades de Mateo y Lucas releen la Natividad de Jesús
como el anuncio de una «Buena noticia» que les había sido dada y reafirman que
sí es posible construir un «mundo más humano» donde reine la justicia y se
favorezca el bienestar (Mt 5,9-10).
La impotencia de un niño
Jesús
nace en la más absoluta pobreza. Carente de símbolos de poder o estatus: sin
armas, ejércitos, propiedades. A la intemperie. El anuncio que el ángel da a
los pastores acontece en medio de condiciones de vida adversas, como las que
vivían los más pobres. Nace así uno que representa a Dios y está en medio de
ellos, el Emmanuel. Esa es la verdadera gloria que se anuncia esa noche porque
Dios tomará postura en esta historia a través de la vida de Jesús.
Según
Lucas, César Augusto ordenó un censo que se realizó bajo el mandato de
Quirinio, gobernador de Siria. Tal censo no existió nunca. Con ello, se quiso
simbolizar el poder sin límites que tenía el emperador, quien gobernaba hasta
los confines del mundo. En las inscripciones colocadas en las ciudades se le
llamaba «El salvador del mundo».
Los
relatos del nacimiento de Jesús ayudaron a discernir esa dura realidad.
Primero, era un mensaje en contra de la propaganda imperial que divinizaba el
ejercicio del poder político, justificando la opresión y la muerte en nombre de
una paz ideologizada. Y segundo, ponía en cuestión a los que se creían dueños
de Dios, los líderes religiosos cuyas prácticas carecían de compasión e
imponían pesadas cargas de llevar en las conciencias de las personas.
Ese
niño «envuelto en pañales y en un pesebre» marca un nuevo camino para alcanzar
la paz posible entre los hombres de «buena voluntad»: sin armas, sin lujos y
sin prácticas autoritarias. La humanidad de este niño desmontaría los intentos
por ideologizar la religión y sacralizar la política. ¿Cómo podía ser
comunicado este mensaje?
El anuncio a los pobres de Yahveh
María
participaba de la espiritualidad de los pobres de Yahveh, que se recoge en el
Magnificat. Ahí se le ora a un Dios que se aparta de los que se aferran al
poder y al dinero, y se hace cercano a los problemas de los humildes y
hambrientos (Lc 1,51-53). Jesús, como su madre, se entiende como un pobre de
Yahveh. Él cree en un Dios que, en cuanto Padre compasivo, no trae la salvación
por medio de prácticas religiosas, sino sanando los corazones y viviendo compasivamente
(Sal 50), como el buen samaritano.
Este
anuncio es también recibido por los pastores, que eran considerados laxos en el
cumplimiento de la ley y por tanto impuros, pecadores. Los evangelistas hacen
uso del recurso literario llamado angelofanía: muestran una multitud de
«legiones» de ángeles para dar gloria a Dios «en las alturas» y anunciar en la
tierra «paz a todos» porque «el Señor los ama» (Lc 2,13-14). Se trata de un
himno que contrapone la paz impuesta por las «legiones romanas» con esta otra
anunciada por las «legiones angélicas». Así se simboliza el querer divino; la
«gloria de Dios» es que todo hombre viva sin miedos ni tiranos que lo
gobiernen.
El
anuncio se da en medio de la noche y ofrece una nueva «luz», una esperanza que
permitirá ver la realidad de otro modo (Lc 1,78-79). Es una luz que no tendrá
su origen en el dios Apolo, el padre de César, pero tampoco en el Dios del
Templo. Esta luz proviene de las «entrañas de misericordia de Dios» que quiere
iluminar a todos sus hijos para que no vivan con miedo y desesperanza. La luz
permite ver un modo de ser humano que se realiza construyendo «la paz social»,
la que fraterniza porque busca el bien del otro y la justicia para todos,
independientemente de creencias religiosas o adhesiones ideológicas. Es una
invitación a dejar atrás la venganza, el odio, la envidia y el resentimiento
para construir caminos de «bienestar común». Pero, ¿cómo lograrlo si Jesús no
nace para ser un revolucionario político?
Ha nacido el único Mesías
El
nacimiento de Jesús se representa en Belén, siguiendo la tradición mesiánica
(Miq 5,1; Mt 2,5-6; Jn 7,42). Es anunciado por un ángel a los pastores (Lc
2,11) y su primer mensaje es: «no teman» (Lc 2,10). Lucas ha desmontado una
proclamación imperial: es Jesús, y no Augusto, el único Mesías; es Belén, y no
Roma, la ciudad donde se inicia la verdadera paz; fueron los pobres, y no los
ricos y poderosos, los que apostaron por un cambio. Hay esperanza: «no teman».
Se nos
recuerda que la fe y la esperanza trascienden las creencias religiosas y las
adhesiones políticas, y asumen a todos sin mirar la condición moral. Es una
buena nueva universal porque une a «todos los que tienen buena voluntad»,
mostrando que sí es posible un camino hacia un modo de ser más humano.
La
fuerza de David queda superada por la impotencia del niño; él será el modelo de
una nueva humanidad que vivirá al estilo del «Hijo del hombre» (Mt 11,19),
vivificando un modo de ser que humaniza: «¡qué hermosos son sobre los montes
los pies del mensajero que anuncia la paz» (Is 52,7). ¿Seremos capaces de
construir y reencontrar nuestra humanidad?
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