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miércoles, 30 de agosto de 2017

La Natividad de Jesús y la paz social, por @rafluciani



Rafael Luciani 29 de agosto de 2017

Luego del año 70 d.C., tras la destrucción de Jerusalén, quedó la pregunta por esa paz que no llegaba y había sido anunciada por Jesús, ya que siempre se veía tentada por movimientos violentos. Era algo parecido a lo que ocurre en nuestros días. En ese contexto, las comunidades judeocristianas, inspiradas en la espiritualidad de los anawin, recuerdan a Jesús y renuevan su fe en él como el único Mesías no violento ni revolucionario político, dándose a la tarea de redactar los relatos de la Natividad para recordarnos que cuando nos consume la desesperanza, Jesús no ofrece la paz del «pan y circo», sino una que nos hace sujetos y fraterniza, pero sólo si cada uno lo quiere y asume sin temor (2 Tim 1,7).

Una realidad conflictiva

Jesús nace entre el año 6 y 4 a.C., entre los meses de marzo y abril, justo antes de la muerte de Herodes El Grande. El emperador era Augusto, sucedido luego por Tiberio. El prefecto en el año 15 d.C. era Valerio Grato, quien nombra a Caifás como sumo sacerdote en el año 18 d.C. Caifás hará una alianza con Pilato, el nuevo prefecto a partir del año 26 d.C. Juntos llevarán adelante el proceso que dará muerte a Jesús.

Luego de la muerte de Herodes, en el 4 a.C., la región entró en un proceso de inestabilidad sociopolítica y empobrecimiento económico, agravado por una crisis de identidad religiosa. Se cuestionaba la presencia romana que deificaba al César oprimiendo a los que se le oponían. El mismo Juan el Bautista describirá la situación de corrupción, extorsión y falsa religiosidad (Lc 3,10-15).

¿Era posible la «paz» en un contexto así? Para la cultura mediterránea, la paz era lo que César Augusto había logrado: él había unificado al Imperio trayendo «la paz al mundo», pero lográndola por medio de la violencia, la dominación de los pueblos, el saqueo de los bienes y la esclavitud. Era una paz que favorecía la abundancia de pocos y la escasez de bienes para muchos, haciendo uso de la moneda romana para generar mecanismos cambiarios que producían inmensos beneficios económicos, tanto al Imperio romano como a los líderes de los pueblos dominados. Todo esto bajo una estricta censura política respecto de cualquier disidencia.

En este contexto, las comunidades de Mateo y Lucas releen la Natividad de Jesús como el anuncio de una «Buena noticia» que les había sido dada y reafirman que sí es posible construir un «mundo más humano» donde reine la justicia y se favorezca el bienestar (Mt 5,9-10).

La impotencia de un niño

Jesús nace en la más absoluta pobreza. Carente de símbolos de poder o estatus: sin armas, ejércitos, propiedades. A la intemperie. El anuncio que el ángel da a los pastores acontece en medio de condiciones de vida adversas, como las que vivían los más pobres. Nace así uno que representa a Dios y está en medio de ellos, el Emmanuel. Esa es la verdadera gloria que se anuncia esa noche porque Dios tomará postura en esta historia a través de la vida de Jesús.

Según Lucas, César Augusto ordenó un censo que se realizó bajo el mandato de Quirinio, gobernador de Siria. Tal censo no existió nunca. Con ello, se quiso simbolizar el poder sin límites que tenía el emperador, quien gobernaba hasta los confines del mundo. En las inscripciones colocadas en las ciudades se le llamaba «El salvador del mundo».

Los relatos del nacimiento de Jesús ayudaron a discernir esa dura realidad. Primero, era un mensaje en contra de la propaganda imperial que divinizaba el ejercicio del poder político, justificando la opresión y la muerte en nombre de una paz ideologizada. Y segundo, ponía en cuestión a los que se creían dueños de Dios, los líderes religiosos cuyas prácticas carecían de compasión e imponían pesadas cargas de llevar en las conciencias de las personas.

Ese niño «envuelto en pañales y en un pesebre» marca un nuevo camino para alcanzar la paz posible entre los hombres de «buena voluntad»: sin armas, sin lujos y sin prácticas autoritarias. La humanidad de este niño desmontaría los intentos por ideologizar la religión y sacralizar la política. ¿Cómo podía ser comunicado este mensaje?

El anuncio a los pobres de Yahveh

María participaba de la espiritualidad de los pobres de Yahveh, que se recoge en el Magnificat. Ahí se le ora a un Dios que se aparta de los que se aferran al poder y al dinero, y se hace cercano a los problemas de los humildes y hambrientos (Lc 1,51-53). Jesús, como su madre, se entiende como un pobre de Yahveh. Él cree en un Dios que, en cuanto Padre compasivo, no trae la salvación por medio de prácticas religiosas, sino sanando los corazones y viviendo compasivamente (Sal 50), como el buen samaritano.

Este anuncio es también recibido por los pastores, que eran considerados laxos en el cumplimiento de la ley y por tanto impuros, pecadores. Los evangelistas hacen uso del recurso literario llamado angelofanía: muestran una multitud de «legiones» de ángeles para dar gloria a Dios «en las alturas» y anunciar en la tierra «paz a todos» porque «el Señor los ama» (Lc 2,13-14). Se trata de un himno que contrapone la paz impuesta por las «legiones romanas» con esta otra anunciada por las «legiones angélicas». Así se simboliza el querer divino; la «gloria de Dios» es que todo hombre viva sin miedos ni tiranos que lo gobiernen.

El anuncio se da en medio de la noche y ofrece una nueva «luz», una esperanza que permitirá ver la realidad de otro modo (Lc 1,78-79). Es una luz que no tendrá su origen en el dios Apolo, el padre de César, pero tampoco en el Dios del Templo. Esta luz proviene de las «entrañas de misericordia de Dios» que quiere iluminar a todos sus hijos para que no vivan con miedo y desesperanza. La luz permite ver un modo de ser humano que se realiza construyendo «la paz social», la que fraterniza porque busca el bien del otro y la justicia para todos, independientemente de creencias religiosas o adhesiones ideológicas. Es una invitación a dejar atrás la venganza, el odio, la envidia y el resentimiento para construir caminos de «bienestar común». Pero, ¿cómo lograrlo si Jesús no nace para ser un revolucionario político?

Ha nacido el único Mesías

El nacimiento de Jesús se representa en Belén, siguiendo la tradición mesiánica (Miq 5,1; Mt 2,5-6; Jn 7,42). Es anunciado por un ángel a los pastores (Lc 2,11) y su primer mensaje es: «no teman» (Lc 2,10). Lucas ha desmontado una proclamación imperial: es Jesús, y no Augusto, el único Mesías; es Belén, y no Roma, la ciudad donde se inicia la verdadera paz; fueron los pobres, y no los ricos y poderosos, los que apostaron por un cambio. Hay esperanza: «no teman».

Se nos recuerda que la fe y la esperanza trascienden las creencias religiosas y las adhesiones políticas, y asumen a todos sin mirar la condición moral. Es una buena nueva universal porque une a «todos los que tienen buena voluntad», mostrando que sí es posible un camino hacia un modo de ser más humano.

La fuerza de David queda superada por la impotencia del niño; él será el modelo de una nueva humanidad que vivirá al estilo del «Hijo del hombre» (Mt 11,19), vivificando un modo de ser que humaniza: «¡qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz» (Is 52,7). ¿Seremos capaces de construir y reencontrar nuestra humanidad?

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