Inicio de una vida humana |
Patricia Navas 28 de octubre de 2017
La
biología muestra que con la fecundación del óvulo por el espermatozoide empieza
a existir un nuevo ser vivo.
La
biología molecular, la embriología médica y la genética han arrojado mucha luz
para responder la antigua pregunta sobre el inicio de cada vida humana. La
ciencia avala hoy que la vida empieza con la fusión del espermatozoide y el
óvulo llamada fecundación (del latín, fecundare: fertilizar).
El
clásico manual de Langman sobre embriología, utilizado en las Facultades de
Medicina para el aprendizaje del desarrollo humano inicial, explica de manera
sencilla el proceso de la fecundación: “Una vez que el espermatozoide ingresa
en el gameto femenino, los pronúcleos masculino y femenino entran en contacto
estrecho y replican su DNA” (o ADN). Esa unión genera una nueva célula llamada
cigoto.
Esa
nueva célula posee una identidad genética propia, diferente a la de los que le
transmitieron la vida, y la capacidad de regular su propio desarrollo, el cual,
si no se interrumpe, irá alcanzando cada uno de los estadios evolutivos del ser
vivo hasta su muerte natural.
Durante
las horas que dura la fecundación, el ADN de ambos progenitores se funde para
alcanzar la estructura y patrón propios del nuevo individuo, y a la vez, con la
fecundación se pone en marcha el motor de desarrollo embrionario con el que se
inicia una nueva vida”.
Ese
nuevo ser vivo, ya un embrión, se divide después en dos células, cada una de
ellas con una finalidad biológica definida; más tarde en tres, luego en cuatro
y así sucesivamente hasta formar un organismo completo y estructurado.
El
siglo pasado, el profesor de Genética Fundamental de la Universidad de la
Sorbona que descubrió la anomalía cromosómica que produce el síndrome de Down,
Jérome Lejeune, ya señaló que todos los códigos de vida están inscritos en esa
primera célula llamada cigoto.
Referencias:
2. Ese
pequeño ser vivo ya pertenece a la especie humana. No es simplemente una
sola célula que contiene toda la información genética que le identificará
siempre y el programa de vida que necesita para desarrollarse hasta su etapa
adulta; es mucho más, es un cuerpo humano en desarrollo.
El
cigoto es un viviente de la especie de sus progenitores, con toda la dignidad
que corresponde a cada uno de los hombres. En los últimos años, la ciencia ha
permitido detallar la complejidad de la vida naciente. Explica detalladamente
los mecanismos por los que ya la primera célula está dotada de una organización
celular que la constituye en una realidad propia y diferente de la realidad de
los gametos. Ese cigoto es ya un cuerpo, un organismo con un programa de vida
individual. Posee polaridad y asimetría (lo cual la diferencia de cualquier
otra célula) de tal forma que tiene trazados, en función del punto por que el
que el espermatozoide penetró en el óvulo, los ejes que establecerán la
estructura corporal.
La
catedrática de Bioquímica de la Universidad de Navarra Natalia López Moratalla
lo explica así: “La fecundación es un largo proceso de unas 12 horas que
empieza con el reconocimiento específico y la activación mutua de los
gametos paterno y materno, maduros, y en el medio adecuado. Desde la zona en la
que el espermatozoide alcanza al óvulo se produce una liberación de iones
calcio que se difunden como una onda hacia la zona opuesta.
Esa
zona del óvulo en fecundación será el dorso del embrión y el eje dorso-ventral
seguirá la dirección de la onda de calcio. Perpendicular a él, se establece el
eje cabeza-cola. La concentración de iones calcio en el espacio celular del
óvulo que se está fecundando regula los procesos que ocurren a lo largo del
tiempo de la fecundación. El proceso esencial que se regula por estas señales
moleculares es la estructura del ADN que, además de ser más que la suma del ADN
de su padre y de su madre, tiene los cromosomas alineados según los ejes corporales
para dar paso, sin solución de continuidad, al embrión de dos células”.
No se
trata sólo de genética: el desarrollo del individuo requiere una serie de
interacciones entre sus células, y sobre todo entre sus genes con componentes
del medio interno y externo al organismo. Se realiza así la regulación perfecta
y coordinada de la información genética. Ya en la primera división celular,
cada una de las dos células del embrión tiene un destino diferente y bien
definido. La rica en calcio quedará inmadura con capacidad de ir dando lugar a
todos los tipos celulares, es el embrión. La otra, pobre en calcio, dirigirá su
desarrollo hacia la formación de los tejidos extraembrionarios y la placenta.
En
perfecta continuidad con el proceso de fecundación, el cigoto inicia el
desarrollo, según la forma corporal dada por los ejes, con la construcción de
las diversas partes del cuerpo. Al tercer día, el embrión ya está formado por
ocho células. Autoorganizándose siempre de manera asimétrica, siguiendo una
trayectoria unitaria programada de forma temporal y espacial, las células van
generando los órganos y los tejidos. Antes de implantarse en el útero al inicio
de la segunda semana, y desde el primer día, el embrión ha ido mandando señales
moleculares a la madre para que ambos se coordinen como dos vidas distintas, en
perfecta simbiosis durante toda la gestación.
La
actual embriología molecular ofrece una imagen del embrión incompatible con la
anticuada noción del embrión «amorfo», homogéneo, hecho de elementos iguales
entre sí, escindible, del que incluso podrían separarse grupos casuales de
células capaces de establecer en cualquier momento dos sistemas nuevos. El
rigor científico impide hoy confundir un embrión con un conglomerado de células
sin organizar.
Referencia:
3.
Desde su inicio en la fecundación, ese ser es una persona con un dinamismo
vital abierto propio de la especie humana.
Actualmente,
un catálogo completo de las diferencias genéticas entre el hombre y el
chimpancé muestra que cada ser humano tiene más creatividad –una identidad suya
y diferente de la de los otros- que cualquier animal, con menos biología, con
menos genes. López Moratalla explica que ha habido una “pérdida” de genes que
suponen reducción de capacidad de adaptación al medio pero que son ganancia en
posibilidad de manifestación del carácter personal. Por ejemplo, una mutación
en el gen de la miosina, MYH16, se traduce en una fibra muscular más fina que
permite al hombre el gesto típicamente humano de la sonrisa, a cambio de una
disminución de la musculatura de la masticación.
Los
gestos humanos naturales, como la unión corporal en la transmisión de la vida,
las tendencias, tienen carácter personal ya que están liberados del
automatismo de lo biológico. No existe una «propiedad biológica» que explique
la apertura libre, intelectual y amorosa de los seres humanos hacia otros
seres: la biología humana, como ciencia, reconoce la presencia, en los
individuos de la especie Homo sapiens, de un dinamismo vital
abierto y desprogramado y propio de cada individuo humano. Ese “plus de
realidad” es inherente a cada uno y hace posible aflojar las ataduras que atan
a los genes.
El
cigoto es persona porque es un cuerpo humano. Y la dimensión corporal es
un elemento constitutivo de la persona humana, destaca López Moratalla. Es
decir, un ser humano no sólo tiene cuerpo, sino que es el titular de su cuerpo.
Cada uno se identifica con la estructura biológica y al mismo tiempo el cuerpo
es signo de la presencia de la persona. Cada vida humana es la vida de un
sujeto que es a lo largo de la trayectoria temporal de crecer, madurar,
envejecer y morir.
En
cada sujeto humano, hay una fusión de su vida autobiográfica y su vida
biológica que es inherente y originaria, aunque las manifestaciones genuinas y
propias de su ser personal sólo pueden hacerse explícitas a un determinado y gradual
nivel de desarrollo y maduración corporal.
Agradecemos
la revisión de este artículo a la catedrática de Bioquímica de la
Universidad de Navarra Natalia López Moratalla.
Referencias:
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