Claudio Nazoa 10 de octubre de 2017
@ClaudioNazoa
Gracias
a la pastillita azul, tengo una hija menor a quien amo, pero he de confesar que
estoy a punto de tirar la toalla.
Soy un
padre machista. Jamás he cambiado un pañal, dado tetero y mucho menos sacado
gases. Tampoco, de pepa asomao, asistí a ningún parto. Nunca fui humillado en
cursos prenatales donde obligan a hombres pisados a ponerse una barriga y a
cargar muñecos. ¡Eso ni de vaina!
Hoy
quiero compartir mi experiencia como padre. Criar a un muchacho es horrible.
Estoy seguro de que las feministas me van a volver polvo, pero hay que
reconocer que los niños están hechos por y para las madres. Sí. Las madres son
el sexo fuerte. Son heroínas por parir y lidiar con los hijos, sobre todo
cuando llegan a la adolescencia. En esa etapa provoca devolverlos o congelarlos
hasta que cumplan la mayoría de edad. ¡Incluso de adultos echan vaina! Bueno,
eso dice mi mamá de mí, y yo lo digo del hijo de mi primer matrimonio quien,
aunque ya me ha hecho abuelo dos veces, en ocasiones me provoca darle una pela
y mandarlo pa’l cuarto sin Netflix ni celular.
Ahora
que iniciaron las clases, mi sufrimiento posparto me está volviendo loco. Mi
hija todavía no tiene transporte y tengo que llevarla al colegio todos los días
a las 6:00 de la mañana. Lo malo no es eso. Lo malo es que en la tarde me la
devuelven otra vez y no es que te la traen. No. Es que de nuevo tengo que salir
a buscarla.
En el
ínterin de este lleva y trae, a las afueras de la escuela, me convertí en mamá.
Me he hecho amigo de un grupo de representantes estresadas, que me metieron en
un chat de Whatsapp de madres del colegio. ¡Qué espanto! Cada cinco minutos me
llega un mensaje. Ahora sé dónde comprar medias, sostencitos y batas de
laboratorio. Incluso tengo un ginecólogo, un estilista de confianza que hace
unas mechitas cuchi y un profesor de tenis que está bien bueno. A cada rato me
dan consejos para preparar las loncheras o me cuentan chismes de los
profesores, que, en venganza porque les llevamos a los muchachos para que los
jodan a ellos, nos los devuelven con unos tareones para jodernos a nosotros. La
tortura termina a media noche con una tarea a medio hacer, entre Google,
Whatsapp, lágrimas, amenazas y padres extenuados, quienes ya no tendrán fuerzas
para hacer el amor en la madrugada.
Los
hijos son el castigo de los orgasmos. La próxima vez que les dé por
reproducirse, recuerden que están dando el primer paso para pertenecer al chat
de madres de segundo “D”.
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