FÉLIX PALAZZI 07 de octubre de 2017
@felixpalazzi
Hoy en
día la palabra espiritualidad abarca una gama de significados tan amplios y
variados que, difícilmente, podríamos llegar a tener una referencia conceptual
clara de lo que ésta significa. La Real Academia Española alude a un “estado”,
“naturaleza” o “condición”. Aquello que llamamos espiritualidad estaría
vinculado a estados de ánimos y sentimientos, o arraigado a un grupo de
naturaleza religiosa. Para muchas personas, la forma más común de abordar este
término es mediante la oposición de realidades distintas. Lo espiritual sería
lo opuesto a lo “terreno”, “histórico” o “material”, o todo lo derivado de
ellos. En esta concepción la espiritualidad no tendría relación alguna con las
mediaciones históricas o las actividades y organizaciones que trabajan por la
justicia y el compromiso social. También hay quienes la entienden como un
conjunto de ideas que nos remiten a la vida interior o espiritual de una
persona o grupo. Para éstos, la espiritualidad sería una experiencia de
carácter privado y subjetivo.
Tradición cristiana
Estas
maneras de entender lo que es la espiritualidad no corresponden con su
significado más genuino dentro de la tradición cristiana. Esta no puede ser
reducida a una práctica religiosa hecha por un grupo selecto de personas, y
menos a una forma de ser que pueda ser considerada “elevada” respecto del
mundo. Por ello, en medio de este complejo mundo de significados no es extraño
escuchar en boca de algunos creyentes frases como “la fe y la Iglesia deben
encargarse y restringirse únicamente a lo espiritual”.
¿Podemos,
entonces, decir algo acerca de la naturaleza de la espiritualidad cristiana? En
palabras de San Ignacio de Loyola, la espiritualidad dice de “nuestro modo de
proceder”. Esta no puede ser reducida a unas cuantas prácticas piadosas o a
estados de ánimo subjetivos. Mucho menos se refiere a experiencias
extrasensoriales. Si la espiritualidad habla de “nuestro modo de proceder”,
entonces afecta a nuestro modo de actuar y de relacionarnos con los demás en la
vida cotidiana. Pero si hablamos de espiritualidad “cristiana”, nos estamos
refiriendo a un modo específico de proceder, de discernir y vivir en la
sociedad. Esto es lo que los primeros cristianos quisieron comunicar en el
Evangelio de Mateo (Mt 25,35): “tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me
diste de beber, fui forastero y me acogiste, estuve desnudo y me cubriste,
estuve enfermo y me visitaste, en la cárcel y me viniste a ver”.
Verdadera espiritualidad
De
este modo, la relación con el otro pasa a ser la medida y la densidad de
nuestra verdadera espiritualidad. El jesuita Karl Rahner, uno de los teólogos
más influyentes en el siglo XX, mencionó que “el cristiano de mañana o será
místico, o no será cristiano”. Esta frase, convertida ya en lugar común, quiere
hacer referencia a que el cristiano de hoy debe ser capaz de descubrir a Dios
en medio de su historia y existencia concreta, o no será cristiano, porque amar
a Dios presupone que amemos al prójimo.
En tal
sentido, la espiritualidad no busca aislarnos del mundo ni separarnos de la
realidad cotidiana, como una especie de burbuja artificial o una prenda que
debo lucir para destacarme. La espiritualidad es la forma y el modo en que
procedo en medio de mi historia personal y comunitaria, cuando encuentro a Dios
en el servicio al otro, que es siempre, y ante todo, un hermano. Si el Dios
cristiano es profesado como relación trinitaria, entonces la espiritualidad no
puede ser entendida desde el aislamiento o la indiferencia ante el drama de los
demás.
Félix
Palazzi
Doctor
en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
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