Claudio Nazoa 17 de octubre de 2017
@ClaudioNazoa
Tengo
detractores que no me quieren porque en 1492, casi sin querer, descubrí un
nuevo mundo.
Entré
por Macuro a Venezuela. Los indios estaban echadotes a la orilla de la playa como
disfrutando de unas vacaciones. Me imagino que como era 12 de octubre tenían el
día libre.
Las
indias, de exótica y aborigen belleza, ataviadas con un taparrabo que casi no
les tapaba el rabo, exhibían sin sostenes el orgullo de su poder. Algunos varones
rallaban yuca para preparar casabe. Los niños, como no habíamos llegado
todavía, se fastidiaban con juegos autóctonos: fútbol con tapara y peleas de
bachacos.
Llegué
a estas tierras con un grupo de hombres verriondos que no habían visto ni
siquiera la teta de su mamá, pues en esa época ningún europeo osaba mirar a una
mujer desnuda, ni siquiera a la propia. Y hablando de mujeres, la mía me echó
tremendo vainón. No me empacó ni un solo pantalón. Me puso falditas marrones
cortitas y medias panty, y eso me trajo muchísimos problemas con la
tripulación, pues, desde que me vieron, comenzaron con una mamadera de gallo:
—¡Ayyyyy ... papá! ¡Esas piernoootas!
Otras
veces, me cantaban:
—¡Desss-paaa-cito...!
Lo
cierto es que cuando llegamos a la playa de Macuro, emocionado, dije:
—¡Los
descubrí! –para colmo se me fue el gallo.
Los
indios, jodedores, dejaron de hacer nada y en su lengua nativa, gritaron:
—¡Ay,
sí! ¡Descubriste América!
Han
pasado 525 años y desde un lugar que se llamaba Paseo Colón escucho cómo el
gobierno hace recaer sobre mí la culpa de acabar con la cultura indígena de
América. Me acusan de exterminio. De convertir a los indios americanos en
esclavos.
En
Caracas, en mi antiguo pedestal, colocaron la horrible escultura de un supuesto
cacique, tan mal esculpida que ofende a estos nobles pueblos indígenas que la
revolución dice defender. Mi ahora intangible estatua ve a estos indígenas
venezolanos, enfermos y con hambre, pidiendo limosna, revisando la basura y
arrastrándose por las calles de Venezuela.
¡No me
echen la culpa! Yo ahora no existo. El verdadero culpable de este infortunio de
país que se resiste a morir tampoco existe.
Hoy
los responsables son quienes, teniendo el poder, permiten que nuestros indios
se humillen, respiren el desprecio de aquellos que los ignoran y, acorralados.
acurruquen su vida en la desdicha. ¡Esa miseria está muy lejos de ser la
dignificación revolucionaria de los indígenas!
La
verdad es que yo los traté mucho mejor de lo que ellos los tratan ahora.
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