José
Luis Cestari, 18 de septiembre de 2017
@jlcestari
DESPUÉS DEL HURACÁN, por @jlcestari
El día amaneció claro y discreto. Hay hojas secas,
de aquéllas que se ufanaban en las ramas del arbusto de enfrente, esperando por
alguna brisita tímida que, al menos a esta temprana hora, aún no llega. Pocos
días hace que ocurrió el huracán más grande de lo que va del siglo. Acabo de
leer el mensaje de Facebook de mi vieja amiga María Eugenia Suárez, hoy triste
y sensible por la reciente trascendencia de su esposo.
Con ojos de patriarca camuflado, intento evaluar el
ambiente interno del apartamento donde vivimos en Doral, y siento la necesidad
de asumir mi rol de padre y abuelo con aún más entereza que lo usual, dada la
espantosa experiencia que hemos tenido con el huracán “Irma” en los Estados
Unidos. Como tenemos un bebito aquí, mis ojos de abuelo se encompinchan con mi
corazón para asombrarse de la buena suerte que nos acompañó: La luz apenas
parpadeó unas dos veces, mientras que afuera casi no podíamos ver de la gigantesca
velocidad del viento embravecido y de la lluvia intensa.
Es mi primera experiencia con un huracán. Como a
todos los que en este estado habitamos, a nuestro pequeño grupo familiar nos
tocó la compra nerviosa de agua embotellada para varios días, latas y demás
alimentos no perecederos. Baterías para linterna. Cargar las de repuesto de los
celulares. Revisar y consultar lo de ventanas y puertas, que suelen haber sido
construidas para resistir tales eventualidades de acuerdo al año de
construcción del edificio…más otras no. Tener los medicamentos a mano y
ordenados. Organizar los recursos de emergencia de forma que puedan encontrarse
con relativa facilidad, aún en la oscuridad. Poner gasolina al carro de los
hijos, haciendo la fila (cola) respectiva. Revisar nuestro pijama y ropa ligera
de casa, a fin de tener todo a mano. Mantener la TV encendida, mientras haya
electricidad. También bajamos unas aplicaciones telefónicas para poder acceder
a la información de uno de los canales a través de internet.
Pero ya todo pasó. El huracán nos pasó por el lado
oeste, no entró de frente. En el sitio donde vivimos se nota claramente que
algo o “alguien” nos vapuleó, nos “estrujó” diríamos en “venezolanísima
criollez”; algunos árboles rotos, otros caídos y otros arrancados de raíz; ya a
varios días del huracán, recién los negocios abren. Al día siguiente del mismo
salimos a ver la ciudad y encontramos un Publix abierto…con su aire
acondicionado, sus luces y sus empleados uniformados y sonrientes…como si
nada…algunos estantes vacíos…pero logramos comprar algo. Aún los sistemas
electrónicos de pago restableciéndose.
Impresiona la capacidad de resiliencia de este
país. Su ímpetu vital para repararse y renovarse. Hasta me parece que el
huracán fue como si hubiésemos bajado unas actualizaciones necesarias o
restaurado la computadora a una fecha anterior. Como si la brisa nos sopló
encima y ahora nos sacudimos la basurita de la ropa y el cabello para seguir
con…La Vida.
Le pido ahora diariamente a Dios que nos mande un
buen huracán de amor, libertad y restauración nacional a nuestro país
Venezuela. Que sople duro con su brisa lluviosa y lave las miserias y maldades.
Que arrase con las élites corruptas y criminales. Que arranque de cuajo los
árboles del deshonor, de la envidia, del sadismo, de la locura asesina. Que
genere y mantenga luz y aire acondicionado en medio del ambiente inhóspito y
aire enrarecido. Que acolchone los ruidos y pacifique la vida toda. Que expulse
al mal y lo transmute en su ojo ciclónico, cual agujero negro interdimensional.
Sinceramente creo que Dios escucha y nos complace
en cosas. El huracán “Irma” venía directo hacia acá, con toda su fuerza
destructiva de categoría 5, y “algo” lo desvió. Abundan las explicaciones
científicas, pero sus autores saben que no son suficientes…hasta ahora, nadie
sabe qué o quién desvió a Irma. Mi amigo Dr. Santiago Sifre dice: -“Tenemos
experiencia en huracanes, mas no en uno gigantesco de categoría 5. Quizá si ese
huracán nos hubiese llegado a tocar no la estuviéramos contando”. A lo mejor es
otra cosa, pero soy hombre espiritual y lo llamo Dios, ante cuya Majestad me
inclino. Y todos oramos para que EL nos escuchase y complaciese. Porque si las
cosas hubiesen ocurrido como –aterrorizadamente- las veíamos venir, el amigo Santiago
hubiese tenido razón, es decir, muchos no hubiésemos sobrevivido.
Irma me dejó tres grandes lecciones y un hecho
curioso:
1. Estamos en época de huracanes. Por eso espero
uno de siete estrellas de categoría, bien potente y barredor –metafóricamente hablando-
que se lleve todo lo malo de Venezuela.
2. Y espero que, así como con “Irma”, nuestro Dios en vez de desviarlo ahora lo concentre y dirija a arrancar de raíz la maldad existente.
3. Y que nos recuperemos. Que salgan a la calle las cuadrillas del Amor, de la Bondad, de la Decencia, de la Educación, de la Salud, de la Belleza y de los Valores, a devolvernos el país que desde hace ya mucho nos merecemos.
2. Y espero que, así como con “Irma”, nuestro Dios en vez de desviarlo ahora lo concentre y dirija a arrancar de raíz la maldad existente.
3. Y que nos recuperemos. Que salgan a la calle las cuadrillas del Amor, de la Bondad, de la Decencia, de la Educación, de la Salud, de la Belleza y de los Valores, a devolvernos el país que desde hace ya mucho nos merecemos.
El hecho curioso es que nunca supe antes lo que era
un huracán…ni tampoco lo que era un vértigo. Girar, girar y girar…cosa
tremenda. Puedo intentar explicarlo racionalmente, pero no me lo creerían. Lo
dejo a sus valiosas consideraciones.
@jlcestari
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