FÉLIX PALAZZI 09 de septiembre de 2017
@felixpalazzi
En
estos meses hemos escuchado hablar sobre la necesidad de abrir espacios al
diálogo y a la tolerancia que permitan responder a la necesidad, cada vez más
imperiosa, de dialogar para construir un proyecto común como sociedad. En el
creciente autoritarismo y desesperanza se tiende cada vez más, sin distinguir
bandos, a descalificar, aislar y menospreciar a todo lo que se presenta
diverso, ajeno, extraño u opuesto a nuestra forma de pensar, asumir y discernir
la realidad. Ello genera dinámicas de profunda intolerancia que son
narcotizadas y potenciadas por la indiferencia y desasosiego.
Es
evidente que, muchas veces, la dureza y la crueldad de nuestra realidad
nacional y mundial nos priva de todo posible racionalidad. Lo desvirtuado y
despiadado de algunas situaciones, la hegemonía del interés privado sobre el
común, el abuso del poder, la precariedad de los servicios, entre otros muchos
aspectos, hacen que cualquier referencia a la tolerancia sea una simple
evocación a una virtud utópica sin asidero real. Posiblemente esto se deba a
que hemos asumido que tolerar y dialogar
se entienda como la simple acción de aguantar lo adverso, sobrellevar lo ajeno
o permitir y convivir con lo errado. Es decir, que la tolerancia y el diálogo,
en cierta forma, sería una actitud cómplice que favorece la indiferencia y la
inhumanidad que vivimos.
En nuestro
presente tan convulsionado algunos académicos han valorado que la tolerancia no
es más que una “pequeña virtud” que agrede la dignidad humana y nos lleva a
legitimar y convivir con la exclusión y la injusticia. Recordemos la célebre
expresión de Goethe: “el derecho no debe ser tolerado, deber ser reconocido,
quien tolera insulta”. En nuestra realidad venezolana la situación se complica
ante el fracaso evidente por conformar una sociedad civil como sociedad plural
y democrática.
En la presente distorsión de la vida política
y social de nuestro país difícilmente la tolerancia llega ser una virtud “entre
iguales”. En especial si vemos que el poder es capitalizado en manos de unos
pocos creando una gran desigualdad y desventaja.
Como se puede apreciar, el concepto de
tolerancia en este complejo escenario nacional y global no está libre de
grandes sospechas e interpretaciones. Es necesario recordar que tolerar la
injusticia es, de hecho, una injusticia. Si solamente toleramos aquello que
consideramos “errado” o “distinto” porque una mayoría así lo considera o porque
es avalado y respaldado por unas creencias o una ideología política o
religiosa, pero no tienen por referencia a la mediación de la justicia,
correremos el grave riesgo de legalizar patologías y distorsiones sociales.
Hablar
de tolerancia y diálogo cuando no hay justicia y correlación de fuerzas es una
falacia. Hoy más que nunca es evidente que la tolerancia requiere de la
mediación de la justicia si queremos restablecer la reciprocidad y el
reconocimiento legitimo en nuestra sociedad.
Félix
Palazzi
Doctor
en Teología
felixpalazzi@hotmail.com
@felixpalazzi
No hay comentarios.:
Publicar un comentario