MARTHA ROSENTHAL 01 de septiembre de 2017
@agendamagica
Con
frecuencia buscamos conocer los territorios más antiguos de nuestro planeta
esperando encontrar misterios insospechados. Lo que resulta sorprendente es
saber que precisamente ese espacio con cerca de unos cuatro mil millones de
años de antigüedad, está en nuestro país, al sur del deslumbrante Orinoco. Pero
no es lo único que nos asombra, también que en ese variopinto espacio, se
encuentran más de un centenar de tepuyes atravesados por cuevas dentro de las
que habitan tanto flora como fauna exclusivas de esa zona, pues son originarios
de la era secundaria., hoy extintos.
Allí,
precisamente se encuentra el bosque Jaua-Judi, un bosque impenetrable y apenas
habitado por lugareños que aun viven en forma primitiva e incluso su lenguaje
es incomprensible para quienes hablamos español, idioma que ellos desconocen.
Se relacionan con dificultad, pero si, ha habido una que otra forma de que
hagan relatos sobre su vida en la región.
Es así
como se supo que en el bosque JAUA-JUDI habían visto unos seres extraños con
una configuración no común pues sus cabellos son de variados colores y sus ojos
semejan los de los jaguares: amarillos, grandes y brillosos. Se presume que no
son habitantes originarios de nuestro planeta Tierra por su configuración y su
forma de vida.
Viven
dentro de los cráteres y, aunque han hablado poco, si han relatado que allí,
abajo hay enormes salas ocultas al ojo del hombre blanco. Pero en la superficie
de la región también habitan grupos indígenas de gran importancia, como los
pemones, que suelen decir que allí debajo de las cuevas, hay puertas de salida
que ahora se encuentran herméticamente cerradas.
De su
mitología conocemos que allí viven los muy temidos Mariwitón y Tramán Chitá,
espíritus perversos.
Aunque
hablamos de mitología y leyendas, esta es una realidad ya documentada por
expertos como G. Dunstervill, David Nott, Brewer Carias, quienes por cierto, en
su expedición a la región, fueron informados que días antes de su llegada,
“varias de las cosas voladoras” se habían visto en los cielos del bosque.
Pemón
significa “gente”, y cuando penetramos su mundo, nos encontramos con una
mitología hermosa, que nos habla de aquellas cosas que adornan y enaltecen su
flora y su fauna dándole gran explicación a su vida; en esos tepuyes por
ejemplo, nació la Venus Zonda-Tiká, diosa de la melodía y de las sierras, y en
el Auyántepuy o montaña del infierno, según ellos, viven los espíritus malignos
de, a quienes los Pemones le temen mucho, por lo que jamás se han atrevido a
subir hasta su cima; una de las tantas leyenda que cuentan los nativos del
lugar dice así:
“El Jaua-Jidi es un bosque de
gran densidad, casi impenetrable y apenas habitado, el cual está repleto de
abundantes plantas y animales vivientes de especies desconocidas. En ese lugar
se encuentra una cueva gigantesca de 1.500 metros de longitud que une
internamente a las cuevas de la zona; en ese bosque se han visto seres raros,
con grandes ojos como los de los felinos, cabello largo de diferentes colores y
piel de color marfil amarillento la cual cubren con un ropaje extraño, no se
acercan nunca a los nativos del sector, ni se alejan mucho de las cuevas,
parecen temerosos y huyen cuando oyen ruido, esos seres viven dentro de la
gigantesca cueva, la cual tiene entradas secretas y desconocidas que dan al
bosque”.
Varias
veces, hombres extraños y extrañamente vestidos han sido vistos en los bosques
de Jaua-Jidi. No parecen querer acercarse a los indios, y se aventuran sólo a
poca distancia de los cráteres.
Su
piel es de color marfil amarillento: tienen grandes ojos, como los de los
jaguares, largos cabellos de diferentes colores. Parecen temerosos y huyen en
cuanto oyen un ruido insólito. Se cree que viven en una región que se extiende
en el fondo de los cráteres y en inmensas salas subterráneas. Hay entradas
secretas y desconocidas que dan al bosque.
Dos o
tres noches antes que David Nott, Brewer Carias, G. Dunsterville y sus
compañeros llegases a los lugares se observó, una intensa actividad de las
“cosas voladoras”.
Los
indios tuvieron la sensación de que los hombres extraños eran reforzados por
una tropa importante, o bien, por el contrario, que desalojaban el lugar ante
de la llegada de los arqueólogos.
Sea lo
que fuere, dejaron pocas huellas de su paso por las galerías, aunque, las
suficientes como para que se esté seguro de que su existencia no es un mito.
Los indios creen que el reino de los Dos Cráteres se extiende bajo la montaña,
que sus salidas están herméticamente cerradas.
En
esas extrañas aberturas
Resultó
muy difícil para los investigadores venezolanos entrar en relación con los
hombres de esa zona que viven en estado salvaje, y que es en realidad la
prolongación de la selva brasileña. Huyen de los blancos, hablan una lengua
desconocida y no entienden el español. No obstante, mestizos de la ciudad de Esmeralda,
en el Orinoco, pudieron acercárseles, y de ellos proceden las informaciones que
fueron divulgadas por toda Venezuela.
Los
tepuyes (morada de los dioses en lengua Pemón), nunca estuvieron bajos las
aguas, y nunca fueron cubiertos por los hielos de las glaciaciones, por lo que
sus cimas, son los únicos santuarios de reliquias de flora y fauna que existen
sobre el planeta, también se convirtieron en el refugio de las especies
sobrevivientes a la catástrofe del diluvio universal, por lo que el hombre hizo
de sus cimas su hogar hasta que bajaron las aguas.
En
enero de 1974, un primer equipo de tres miembros descendió a uno de los
cráteres, de trescientos metros de profundidad, y un diámetro de cuatrocientos
metros aproximadamente.
Recogieron
abundante material en plantas y animales vivientes de especies desconocidas, o
extintas desde la Era Secundaria. Un subterráneo de 1.500 metros de longitud
une los dos cráteres, y, según rumores, a decir verdad no controlados, estaría
aún actualmente en uso, pues se habrían encontrados en él huellas de tránsitos
recientes. Jaua-Kidi y Sari Inama-Jidi. Se conoció entonces las fantásticas
leyendas que se refieren al misterio de los dos cráteres.
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