RAFAEL LUCIANI 16 de septiembre de 2017
@rafluciani
Ante
la realidad que padecemos caben muchas preguntas: ¿puede el ser humano parar el
mal? ¿Hasta dónde puede llegar su obstinación por dañar la vida de otro? Y si
el ser humano no está dispuesto a cambiar, ¿puede Dios hacer algo? El mal no
sólo produce un sufrimiento psíquico en los demás. También puede llegar a
paralizarlos y convertirlos en víctimas. La Shoá nos revela que hay opciones
que pueden llevarnos a un punto de no retorno si dejamos adormecer nuestras
conciencias y nos entregamos al reino de la indiferencia.
Toda
víctima suele preguntarse ¿por qué a mí? ¿Por qué Dios lo permitió? Y si lo
evita para algunos ¿por qué no para todos? Lo más usual es creer en un Dios
retributivo que permite el mal como prueba de fe. Ante la pregunta ¿dónde está
Dios cuando alguien padece el mal?, Elie Wiesel responde: «tres cuellos fueron
introducidos en tres lazos. ‘Viva la libertad’, gritaron los adultos. Pero el
niño no dijo nada. ¿Dónde está Dios?, preguntó uno detrás de mí. Las tres
sillas cayeron al suelo. Nosotros desfilamos por delante. Los dos hombres ya no
vivían, pero la tercera cuerda aún se movía. El niño era más leve y todavía
vivía. Detrás de mí oí que el mismo hombre preguntaba: ¿Dónde está Dios ahora?
Y dentro de mí oí una voz que me respondía: ‘ahí está, colgado de la horca’».
¿Cómo
aceptar esto? Hans Jonas sostiene que «si a pesar del mal se quiere mantener la
fe en Dios, entonces sólo queda la eliminación de alguno de sus atributos
clásicos: o bien la omnipotencia, o bien la bondad suprema». El imaginario
religioso actual sigue sosteniendo la imagen de un Dios omnipotente que actúa
con razones ocultas y permite ciertos hechos trágicos. Incluso, considera que
la compasión es algo incompatible con la justicia divina. Sin embargo, para
Jesús Dios hace lo que los poderosos no hacen: toma postura a favor de todas
las víctimas y rechaza a los victimarios. Caben las preguntas sobre la imagen
que tenemos de Dios: ¿es la que nos enseñaron de pequeños? ¿Un Dios sin rostro?
¿Selectivo? ¿Creo acaso en un Dios que envía el sufrimiento como castigo y sólo
me queda aceptarlo pasivamente?
El
rabino Hugo Gryn contaba que «en los campamentos de concentración había
descubierto a Dios, pero No el Dios de mi juventud. A ese lo perdí en los
crematorios de Auschwitz cuando no hizo nada. Pero luego, cuando pude ver con
claridad las distintas experiencias, entonces lo redescubrí. Y cuando miro
retrospectivamente a mis experiencias y sufrimientos, y veo que aún estoy vivo,
no me queda nada más a quien respetar en este mundo, sino a Dios».
El mal
es causado y permitido por el mismo ser humano, fruto de un proceso de
deshumanización que niega su dignidad humana y le hace olvidar su
trascendencia. Ciertamente ahí no cabe el Dios de la vida que revela Jesús,
sino la ceguera de quien deja de hacer el bien porque se habituó al mal. La
libertad humana es todo un reto, pero conlleva consecuencias. Tanto así que
Dios la respeta hasta el extremo.
Sí es
posible estar a la altura de los retos de una época y sanar a una sociedad para
que no haya más víctimas, pobres ni enfermos. Una sociedad donde no reine el
mal. Pero no es Dios quien tiene que cambiar de actitud y hacer algo por el mal
que nos afecta, sino nosotros mismos los que tenemos que cambiar y no ser
indolentes ante las necesidades de los otros. De este modo podremos orar con el
corazón y mostrar con nuestras vidas que se «hecho en esta tierra como en el
cielo» (Lc 11,2) porque «ya no hay muerte ni llanto, ni gritos ni fatigas» (Ap
21,4).
Rafael
Luciani
Doctor
en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
@rafluciani
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